Quiénes Somos

Nuestra Identidad

Carisma


El núcleo de la experiencia de Ana María fue el misterio del amor de Dios manifestado en la humanidad y la manera misericordiosa de proceder de Jesucristo a favor de los hombres y mujeres.

 

El don que Ana María Janer es la experiencia del Verbo encarnado presente en las necesidades humanas de su tiempo. A Él Ana María se siente llamada a servir y entregarse por amor a todos y en todo.

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Experiencia carismática de la madre Janer

El núcleo esencial de la experiencia carismática de la madre Janer o, dicho de otro modo, el don, el regalo que recibe del Señor es hacer vida lo que tantas veces había escuchado, leído, meditado y rezado de la regla de vida de la Hermandad de Cervera: amando, consolando, curando y lavando a aquel pobre concreto, a aquel enfermo... amó, consoló, curó y lavó al mismo Jesús.

Y esta experiencia espiritual se ve aún enriquecida: ¿cómo cura, cómo consuela al que sufre? Tal como lo hizo el mismo Señor cuando se acercaba al leproso, a la viuda, a los pequeños. Y no se trata de realizar una imitación mimética de lo que Él hizo sino de hacerlo, como dice tan maravillosamente Pablo en la carta a los Filipenses, teniendo sus mismos sentimientos: “Tengan los mismos sentimientos y el mismo amor los unos por los otros, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. (Flp 2, 2-4)

Naturalmente, esta experiencia espiritual pasa por la personalidad concreta de Ana María Janer: una mujer decidida, valiente, con una fortaleza y una firmeza. Una mujer que aprende a leer la vida en clave evangélica, a esperar contra toda esperanza, sostenida por el descubrimiento fundamental de su vida en los diferentes momentos que debe afrontar: atención a los enfermos de cólera, a los heridos de guerra, exilio, dirección de la Casa de Misericordia, fundación del Instituto, fundaciones de colegios, casas de caridad y hospitales, revolución de 1868, proclamación de la Primera República, olvido dentro del mismo Instituto.

En todos estos episodios hay una constante: Cristo amado y reconocido en el hermano.

Ana María Janer dedica, pues, toda su vida al servicio de las personas marginadas de su tiempo: los enfermos pobres e incurables, los apestados, los niños huérfanos, los ancianos solos. La caridad, el amor a Dios y al prójimo, es lo que mueve a esta mujer a actuar, a salir de sí misma para atender la necesidad concreta del otro. Jesucristo, amado, consolado y acariciado en cada enfermo, en cada niño, en cada hermana de comunidad, en cada persona necesitada, es el ideal supremo de su vida y la razón de su entrega incondicional al hermano.



 

Un modo de amar (nuestra espiritualidad)

Nuestra identidad más profunda: descubrir a Cristo en el hermano, especialmente en aquel que parece haber perdido el reconocimiento de su propia dignidad. Y por eso tenemos un estilo propio de amar que posee unos rasgos distintivos que configuran nuestra espiritualidad:


  • La universalidad del amor
  • La identificación con la situación del otro
  • La atención a la necesidad de los demás.
  • El amor estable, fiel y misericordioso.
  • Caminar juntos hacia una fraternidad sin fronteras

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Como vivimos este amor hecho servicio:

  • La universalidad del amor.
    No hacemos acepción de personas, más bien nos acercamos con preferencia a los más necesitados. De esta manera queremos reconocer la dignidad de Hijo de Dios de cada ser humano.
  • La identificación con la situación del otro.
    Intentamos ponernos en la piel del otro, en los zapatos del otro. Queremos asumir la situación ajena como propia para descubrir en todo lo que vivimos la presencia del Señor.
  • La atención a la necesidad de los demás.
    Procuramos anticiparnos a la necesidad del otro como lo hace una madre por sus hijos. Queremos que nuestro amor sea previsor y que sepamos unir la suavidad en el trato con la firmeza.
  • El amor estable, fiel y misericordioso.
    Apostamos por un amor incondicional que se hace cargo de las debilidades humanas y ayuda a afrontar las dificultades de la vida.
  • Sinodalidad en comunión con la Iglesia.
    El amor a la Iglesia que como madre buena ama y sirve a sus hijos siempre y en todo, nos distingue desde los orígenes. Ana Maria nos enseñó a amarla más que a nuestras vidas, esto significa, sentirnos Pueblo peregrino hermanados con todos, caminando juntos con sencillez, humildad , sentido de familia, hacia una fraternidad sin fronteras