Quiénes Somos

Ana María Janer

Ana María Janer

 

Peregrina de la caridad que, en los caminos de la historia del siglo XIX dejó huellas de una vida entregada al Servicio De Dios y de los demás. Huellas de una vida entregada en el amor a todos sin distinción, huellas de un Dios que ha querido hacerse cercano a nosotros a través de una mujer que se animó a vivir en fidelidad, el milagro de la misericordia de Dios en un mundo herido.


CERVERA
El lugar donde nace la misericordia

Ana María nace en Cervera, allí comienza su proceso de maduración vocacional que culmina en una respuesta clara y decidida: Daré a Dios toda mi vida.


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Ana María nace en Cervera el 18 de diciembre de 1800. Aquí se define su vocación de vida, amar y servir a Jesucristo en los más pobres y necesitados. Esta vocación hunde sus raíces en la cultura cristiana de su pueblo y de su familia, en la dignidad de la vida que se sostiene por el trabajo bien hecho de artesanos y el valor creciente de la educación que no se desvincula de la vida. Esta vocación se hace gesto concreto en el hospital de Casteltort y en la Casa Caritat, donde Ana María y sus hermanas aprenden a caminar en medio de las dificultades y la inseguridad económica, con respuestas concretas a las necesidades y con capacidad de organizar esas respuestas.

VALL D'ORA
Caridad sin fronteras

Madre Janer y sus hermanas atienden a todos los heridos en el campo de batalla sin tener en cuenta sus ideas y creencias, porque la caridad no entiende de fronteras ni prejuicios.
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Aquí se realiza la misión de consolar como primera actitud humanizadora ante la vida vulnerada y empeorada. Nos dice la historia que lo que iba a ser una recepción en Solsona se transforma en una tragedia de una guerra fraticida.
Ana María y sus hermanas se trasladan a la Vall d`Ora y se ponen al frente de los hospitales de sangre sin escatimar esfuerzos, una de ellas hasta dar la vida.
Prodigan sus cuidados a los soldados heridos de los dos bandos, con exquisita caridad que les vale el nombre de madres.
A esto se le suma la extrema dificultad del momento, las políticas liberales contra los conventos y sus bienes que generan la pérdida de los espacios de trabajo, el hospital y la enseñanza.
Ana María asume la opción del exilio sin desesperar y aunque el camino sea incierto,mantiene su capacidad para acompañar a las hermanas en medio de la dispersión.



SEU D'URGELL
Fundación - sueño compartido

En la Seu d`Urgell madura el carisma de Ana María Janer después de un largo camino de fidelidad a una vocación compartida junto a sus hermanas.


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Aquí se manifiesta un dinamismo evangélico de crecimiento y expansión de vida, que confirma la obra de Dios en la persona de Ana María y en la familia carismática.
En la Seu d`Urgell madura el carisma de Ana María Janer después de un largo camino de fidelidad a una vocación y a una misión que es, sencillamente, hacerse responsable del pedacito de realidad que Dios le confía para construir su Reino.
Son muchas las pruebas que debe superar Ana María, pero fiel a su don, convoca nuevamente a las hermanas dispersas, recibe y envía y acompaña las nuevas fundaciones. Procura, como madre buena, un mapa o regla de vida para quienes quisieran compartir esa vocación e intenta brindar una formación que fortalezca la opción de las hermanas.
Una madre previsora y atenta es Ana María que a pesar de la reanudación de la guerra no le teme a las nuevas obras si la necesidad está presente.

TALARN
Entra porque tu lámpara siempre ardió

En Talarn Ana María transcurre sus últimos años compartiendo a las nuevas generaciones la riqueza de su vida. Sus últimas palabras “Hija Mía” son la expresión más genuina de lo que la constituye en lo más profundo: su amor maternal.
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Aquí da fruto maduro la caridad de Ana María, en el camino arduo de reconstrucción de la unidad e identidad de la comunidad. Ana María en Talar supo afrontar las tensiones surgidas, el carisma inicial de la caridad hecha servicio y otros caminos impuestos desde que fueran con otra misión, visión y formación.
Así se pone de manifiesto la soledad fecunda de la madre Ana María y su obediencia a la iglesia. En marzo de 1880 es elegida la primera Superiora general del instituto, en el capítulo que restaura la experiencia fundacional y carismática de Ana María.
En el camino hacia la patria definitiva nuestra beata nos enseña a aceptar la propia debilidad y enfermedad y da testimonio de una vida jugada a fondo, desde un amor intenso a Jesús presente en los pobres y excluidos, identificándose con su amado esposo desde el despojo total de Jesús en la cruz.
Sus últimas palabras, “hija mía”, repetidas tres veces a una novicia que había perdido recientemente a su madre, son la expresión más genuina de lo que la define en lo más profundo: su maternidad.
Ana María, que en su vida acogió al mundo herido con la misericordia de Dios, vuelve a la casa del Padre y se siente parte de la invitación a abrazar al Señor, porque ofreció la vida para sanar, vestir, dar de comer a sus preferidos… pobres, enfermos, huérfanos, heridos: los crucificados de todos los tiempos. Seguramente, al entrar en la casa del Padre, escuchó como Él le decía: “Entra, Ana María, porque estuve enfermo y me socorriste; entra, porque tu lámpara siempre ardió”.