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Ana María Janer / Vida y obra

HUELLAS DE LA MISERICORDIA DE DIOS EN UN MUNDO HERIDO

 

Hay cosas que dejan huellas profundas en nuestras vidas… personas, momentos, situaciones y acontecimientos. Con el paso del tiempo podemos mirar esas huellas y a través de ellas recordar, volver a revivir en nuestro corazón el dolor, el gozo, la alegría de aquellos instantes que quedaron guardados para siempre.

En cada momento histórico podemos hallar huellas profundas de dolor y de gozo, huellas del paso de Dios por la historia. En cada época el Señor ha dado respuesta a las necesidades de los hombres de diferentes maneras, sirviéndose de distintos instrumentos. Dios no es un Dios ajeno al dolor y al sufrimiento del hombre, sino un Dios que ha querido hacerse Él también frágil y pobre como nosotros, y experimentar en su propia carne el sufrimiento y desde allí salvarnos.

Seguramente muchas veces te has preguntado por la realidad del mal en el mundo… ¿Por qué el dolor, la guerra, el hambre? ¿Por qué tantas vidas deshechas, sin sentido, sin horizontes? ¿Dónde está Dios en esta realidad que tanto nos duele? Y muchas veces habrás encontrado estas respuestas dentro de tu propio corazón, allí donde se juega la gran batalla “entre el bien y el mal” que hay en cada uno de nosotros. Allí Jesús puede regalarte la victoria, si lo dejas obrar en ti.

Si aprendes a descubrir los signos de la vida en medio de la muerte… en las pequeñas cosas, en los pequeños gestos de amor, en una mano tendida, en un oído atento a las necesidades… Allí encontrarás las huellas de Dios. Huellas del Dios de la Vida y del Amor… Así obra Dios en tu vida y en tu historia. Y los santos son también esas huellas que Dios va dejando para ayudarte a llegar a Él, siempre y en todo momento. Ana María Janer. Huellas de una vida entregada al servicio de Dios y de los demás, huellas de una vida entregada en el amor a todos sin distinción, huellas de un Dios que ha querido hacerse cercano a nosotros a través de una mujer que se animó a vivir en fidelidad el milagro de la misericordia de Dios en un mundo herido…

Hoy, en el siglo XXI, nuevas heridas afectan a la humanidad, pero Dios continúa llamándonos a trabajar por la vida en medio de una cultura de la muerte, viviendo un carisma cuyo centro y sentido es el amor.


 

 

CRONOLOGÍA

LA MIRADA DEL CORAZÓN

Ana María Janer Anglarill nació el 18 de diciembre de 1800 en un pequeño pueblito de España llamado Cervera. El siglo XIX en Europa era una época bastante agitada, luego de la Revolución Francesa, con muchos enfrentamientos y luchas de poder. Ana María nació en un hogar cristiano. Desde muy pequeña no dudaba en sacrificar sus tiempos de juego para hacer compañía a un amiguito enfermo. A los 16 años, Ana María Janer había entendido que nuestro Señor la quería Hermana de la Caridad…

SERVIDORA DE LA CARIDAD

El 25 de enero de 1819 entraba Ana María, con gozo de su alma y de sus padres, en el Hospital de Cervera, llamado de Castelltort. Decía la regla del santo Hospital: “Cuidarán de ayudar, servir a los enfermos y consolarlos procurando mirar en ellos la misma persona del Señor…” Durante los años siguientes se vivieron situaciones muy duras en España. En el año 1835 se comenzaron a perseguir a los religiosos. Echaron a las hermanas del Hospital pero continuaron comunicadas y prestando sus servicios de caridad solidaria. Durante el curso 1836-1837 dio clases en el Real Colegio de Educandas, sin dejar de velar por las hermanas dispersas de quienes era ella responsable, en su calidad de superiora.

HEROÍNA DE LA CARIDAD

No es fácil apostar por la vida en medio de la realidad cotidiana de la muerte que se vive en tiempos de guerra. Ana María y sus compañeras atendían a los soldados heridos en hospitales de campaña. Eran muy precarias las instalaciones con que contaban.
La amorosa consigna era: “Que no falte nada a nadie”. O esta otra: “Que todos sean ayudados y consolados”.
Madre Ana María, superiora de la comunidad, normalmente residía en la Vall D´Ora pero visitaba los otros hospitales ya que era encargada de distribuir el personal, según las necesidades diarias, y debía prever los servicios, de acuerdo con las órdenes de sus superiores.

EN EL EXILIO…

Al finalizar la guerra en 1840, las hermanas fueron desterradas. Los liberales ganaron la guerra civil, y por lo tanto, aunque ellas no habían participado por ideologías políticas o partidarias, y habían prestado sus servicios a los dos bandos, debieron marchar al exilio. Fueron a Francia, a Toulouse, donde las recibieron las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul en el Hospital de San José de la Grave.
El grupo de las cuatro hermanas de la Caridad, con Ana María como superiora, salieron de Andorra en otoño de 1840… En el Hospital de la Grave ayudaban a los refugiados españoles.

EL HOGAR DE LA MISERICORDIA

Al volver del Exilio, en el año 1844, una vez que autorizaron el regreso de los expatriados a España, Ana María vuelve al Hospital y se reúne nuevamente con sus hermanas. Unos años más tarde, en febrero de 1849, la madre Janer se hizo cargo de la Casa de caridad o de Misericordia de Cervera, y allí se dedicó generosamente a la educación y cuidado de niños y jóvenes huérfanos y pobres, y fue para ellos una madre cariñosa, procurando que no les faltara nunca pan e instrucción y, sobre todo, el afecto y el cariño familiar. En la Real casa de Misericordia, la Madre Janer dio constantemente pruebas del espíritu de caridad y amor tierno a los asilados, con los incesantes desvelos sobre sus necesidades que socorría con amor maternal sin excusar sacrificio. Sobre los cuidados que le inspiraban sus dolencias físicas, tenía superior interés por la formación del hombre moral y el desarrollo de su inteligencia: así que la Madre era estimada por todos por sus cualidades de educadora.

UN LLAMADO: LA VOZ DE DIOS

Corría el año 1858. El Hospital de Seo de Urgel, una ciudad cercana a Cervera, necesitaba ayuda urgente. El Obispo de Urgel, José Caixal, que conocía la heroica caridad de la Madre Ana María en el campo de batalla durante la guerra carlista, le pide que se haga cargo del Hospital.
La Madre responde a su llamada y el 29 de junio de 1859 se establece allí una pequeña comunidad.
El 24 de abril de 1860 el Obispo concede la aprobación diocesana a la Regla de vida que le presentó la Madre Janer a su llegada a la ciudad. La Providencia depara las primeras novicias y el Instituto nace para la Iglesia. Los diez primeros años en la vida del Instituto fueron de mucho crecimiento y vida: nuevas vocaciones y fundaciones en ciudades de Cataluña. Dios bendecía la obra de la Madre Janer.

TIEMPOS DE PRUEBA

La revolución del año 1868 y los sucesos de los años siguientes paralizaron este dinamismo. Llegaron horas de dura prueba. Por disposición de la Junta local y de las autoridades correspondientes, el Hospital, las escuelas rurales que regentaban y el noviciado fueron secularizados y las hermanas despedidas. Se encontraron sin casa, sin trabajo, con recursos escasos, en gran inseguridad, ante un incierto futuro.
Durante este período la madre fundadora, Ana María Janer, permaneció al margen. Comprendió que se trataba de crear una obra nueva y diferente. Ella pasó a la Casa Asilo de Sant Andreu, donde se ocupaba de servir a los pobres, y dedicaba mucho tiempo a la oración.
Una vez superado el tiempo de crisis Ana María Janer es elegida Superiora General del Instituto de Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell. Ya tenía cerca de los 80 años…

ÚLTIMOS AÑOS

En el año 1883, la Madre Janer terminaba el tiempo de elección… Esta Madre conservaba toda la lucidez de entendimiento y su memoria era feliz. “Se dedicó de una manera especial a la oración y al trato con la gente joven que había en la casa de Talarn: novicias y colegialas…”.
1885, 11 de enero.
En su última noche, Ana María dijo ”Padre, mi deseo es morir como penitente por amor a Cristo Jesús que por mí expiró clavado en Cruz…”

A las 11 de la mañana del 11 de enero, mientras las Hermanas rezaban la décima estación del Vía Crucis, la Madre Ana María Janer muere.
En la vida de nuestra Madre encontramos la huella de la misericordia de Dios en un mundo herido, en los corazones heridos de tantas personas que se acercaron a ella y pudieron conocer de cerca su vida de santidad.





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